domingo, 24 de julio de 2011

Sur sureste




Delicado equilibrio el de esta mota de polvo sobre una de mis pestañas. Una pareja de ácaros aguanta allí la respiración. Cinquième position. La niebla geométrica de los visillos filtra la luz del alumbrado callejero que intenta allanar el ámbito de la habitación, para descubrir así este desorden monumental a la curiosidad de las estúpidas polillas que una y otra vez se estrellan contra el cristal. Julio está siendo inusualmente fresco y las ventanas guardan celosas el aire enrarecido por los productos químicos de mi artesanía de pacotilla. Elaboro un plan para atravesarlas, un plan distinto al de las polillas, que no implique despegar mi cuerpo de las sábanas, ni romperme la crisma, ni la cobardía de cerrar los ojos para intentar soñar. Es un fracaso, juego derrotado con la mota de polvo, superponiéndola a la luz intermitente de lo que he decidido que es un A380 cubriendo el trayecto entre los bordes derecho e izquierdo de mi ventana; y la mota de polvo se convierte así en un melancólico farolillo de papel. Puede que alguien desde aquel avión, mientras todo el mundo duerme, divise el farolillo desde su ventanilla, y entonces sin saberlo estará mirando a los ojos de alguien que no puede ocultar su envidia por quien en este momento rasga el cielo en su abominación voladora de cuatrocientas toneladas. 
Resignación. Cuento ovejas, las ordeno por tamaños, luego por edad y tendencia política, les pongo nombres, derribo el cercado de alambre de espino y finalmente me quedo dormido mientras se desperdigan por la dehesa. El resto del sueño soy yo sentado sobre la misma roca bajo la misma encina sin sombra desde la que veía como se alejaban parsimoniosas las ovejas, y al remontar el horizonte la última de estas, quedó mi vista fijada en la misma dirección sur sureste, dirección de mis anhelos, que se humedecen en el arrullo cálido del manso Mediterráneo, entran al Magreb por Al-Yaza’ir, los niños bereber los bautizan Tiziri, que es nombre de mujer, cuando pasan en vuelo rasante por sobre sus cabezas, camino del Bikkü Bitti libio y su paisaje de luna de plata vieja, desde cuya cima se otean lejanas las balas trazadoras de Sudán como estrellas fugaces sobre el mismo suelo, y mas allá, tras sortear aquellas, remontan el Nilo Azul desde Khartum hasta su violento nacimiento en las cataratas de Tissisat y por fin, tras casi diez mil kilómetros, una lucecilla esquelética al final de un tortuoso camino de arcilla, y en una estancia serena, bajo una mosquitera, la cadencia de aquella respiración que es como un faro sonoro en el silencio absoluto de la noche del desierto. Duerme así, como recordaba; tendida de costado, descalza, el sueño frágil y el pelo alborotado. Ojalá recuerde al despertar aquello que le susurro al oído cada noche, cuando llego a su lado cansado del viaje para inevitablemente deshacer el camino en un instante, y darme cuenta entonces de que sigo en la cama intentando volver a echar a volar las yemas de los dedos, las nostalgias de los labios, dirección sur sureste.