lunes, 25 de noviembre de 2013

Fórmulas secretas



Sucedáneos. Sucedáneo de piel, de respiración ajena bajo las sábanas, de calor en la cama. Calor de tinto torrente que trota en un pulso de cuarzo, que enciende los labios, que hace vibrar los párpados. Aditivos artificiales. Números y siglas, fórmulas secretas. E-330, fructosa, abecé y dorremí. Y ráfagas. Aromas, colores, sabores de otro planeta en las antípodas de esta misma órbita. Buscar a tientas una textura, un tacto familiar, orgánico en lo sintético. ¿Cómo se ven unos ojos florecidos en la penumbra, qué vórtice de oscuridad demora en arrastrarlos? ¿Cómo se describen unas manos más allá de la piel, los huesos y la carne? ¿Qué es una voz más allá de la vibración del aire y el temblor de la memoria? Números y siglas, fórmulas secretas. Un edredón de plumas, una crisálida humana. Oxígeno que ahoga los pulmones yermos. La vida en fast forward, los instantes slow motion. Sin claqueta como chasquido de los dedos del hipnotista. ¿De que valen estos puños apretados, esta operación a corazón abierto, esta guerra preventiva, este exorcismo sin demonio? Flecos y lagunas en el plan oculto de las marañas espinosas del ADN. Sucedáneo del beso bajo el tibio chaparrón de la ducha, la leve presión de las yemas de los dedos y los algoritmos privados de sus huellas. El manual de instrucciones de otro corazón escondido en un húmedo cajón, el tictac de un difunto reloj, el recuerdo y la imaginación acechando en las nubes y el gotelé. El desalmado pelotón de nostalgias y la infalible sinapsis de sus fusiles. Sucedáneos. Números y siglas, fórmulas secretas. Que se persiguen. Que no existen.