domingo, 13 de junio de 2010

Espacio finito


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El día que llegó le pareció el lugar mas gris, vasto e inhóspito que había pisado jamás. Pero por lo menos allí encontró una roca lisa donde sentarse. En el planeta anterior nubes moradas eran rasgadas en el horizonte por escarpados montes como de azabache en cuyas faldas una ingente cantidad de riachuelos de mercurio se entrelazaba en una intrincada red que lo atrapaba todo y que reflejaba en miles de direcciones la purpúrea luz de un cielo en permanente tormenta, donde los rayos te cabían en la palma de la mano y los truenos se escondían entre tus pies. Pero no había un sitio donde simplemente sentarse a descansar.

Aquí, ahora, en medio de este desierto monótono, sentado en su roca, miraba su nave de papel de plata estrellada. Tan falsa como la esperanza que la sustenta, dijo una vez.

Tan lejos de la comida y el agua no existe el hambre ni la sed, tan lejos del aire sus pulmones simplemente dormían, el espacio no congelaba ni hervía su sangre gracias a una bufanda que se quitaba o ponía a conveniencia. Sin barómetro no había presión de más o de menos que temer. Tenía todo el tiempo del mundo para pensar en el momento en que encontraría por fin aquello que había venido a buscar.

Pero ya no había nave de papel de plata, ya no habría mas planetas y el mapa deshecho por la lluvia hacía muchos años no le indicaría ninguna dirección hacia la que por lo menos quedarse mirando mientras el tiempo terminaba de pasar.

Empezó a ver pasar los siglos sentado en su roca y comenzó a distinguir entre tonos de gris, hasta que de pronto eran millones. Surgieron de las rocas caras familiares hasta que llegó un momento en el que en aquella soledad no cabía nadie más. Una multitud le pedía razones, le pedía cada día explicar por qué estaba allí tan lejos de casa, que a qué esperaba para volver, que por qué no pensaba en quienes había dejado atrás, que por qué, que por qué. A veces negaba con la cabeza, otras sollozaba, otras reía. Hasta que cerró los ojos para intentar gritar y se hizo el silencio. Los abrió y estaba de nuevo solo. Entonces empezó a hablar:

- Soy un naufrago en el espacio por propia voluntad, me trajo hasta aquí la promesa de un tesoro. Todos los días ella me hablaba de el, que tenia un tesoro, un tesoro magnífico. Y una noche me dijo que me diría donde estaba para que si algún día ella dejara de existir pudiera yo encontrarlo, y viendo lo valioso que era comprender tantas cosas y recordarla cada vez que abriese su cofre. Y ahora ya no me queda nada de ella, la lluvia se lo llevó todo. Solo me quedaba encontrar por fin ese tesoro que puede estar en cualquier lugar de este vacío infinito, pero llevo siglos, siglos aquí atrapado y solo espero que el tiempo termine de pasar.

Entonces frente a el brotaron de una roca unos labios para susurrar tímidamente: - Si puede estar en cualquier lugar, ¿por qué no ahora mismo bajo tus pies?

Los labios desaparecieron y tras secar con la bufanda sus lágrimas cimarronas empezó a escarbar con los dedos justo ahí, bajo sus pies. Y tuvo que volverlas a secar cuando tocó por primera vez el pequeño cofre de madera.

De rodillas en el suelo puso el cofre sobre la roca y lo abrió lentamente esperando encontrar algo que le recordase tanto a ella que casi pudiera sentirla en la yema de los dedos. Pero dentro del cofre no había nada más que una fina capa de arena en el fondo sobre la que caían ahora las lágrimas que aun no conseguía secar.

Quiso con los dedos retirar las pequeñas gotas oscuras y según iba removiendo la arena aparecía un brillo en el fondo del pequeño cofre, hasta que al final pudo verse a si mismo reflejado en el espejo que ella había colocado para que él pudiese ver un tesoro que solo se mostraba cuando era él quien lo veía, tan valioso como ella lo había pensado. Lo cerró de golpe y lo volvió a abrir, y allí estaba él otra vez. Hubo una sonrisa en algún lugar del universo finito.

Cuenta una tribu africana que una noche vieron sus niños nítidamente en el cielo de la sabana un meteorito cabalgado por un hombre blanco que llevaba un cofre bajo el brazo.


Alejandro Millán

Madrid 2009



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