miércoles, 16 de junio de 2010

Gabrielle #19



Cientos de ojos, lucecitas titilantes, parpadeaban al unísono imitando el chasquido del segundero, impacientes. Puso el índice tembloroso sobre sus labios, mirando a su alrededor, el ceño fruncido; y la noche calló.
Agazapada entre los arbustos intentaba domarse el pulso encabritado mientras al tacto comprobaba la masa fría de su revólver, pero de repente pudo oír el ruido cercano del automóvil, y como siempre los temblores pararon de súbito. El murmullo del motor se detuvo, se apagaron las luces. Emergió como de una consistencia liviana de entre el matorral penumbroso; llevaba el pelo recogido con una pinza de plástico, unos vaqueros de niño, una camisa raída de hombre, los pequeños pies dentro de los zapatones de un muerto.
La oscuridad era absoluta, su aliada, su disfraz. Rodeó el automóvil como un animal acechante hasta situarse junto a la ventanilla del conductor. Canturreaba algo indescifrable muy por lo bajo, algo alegre, tal vez la sintonía de algún programa de televisión. Tras el cristal la llama de un mechero iluminó unos labios que sujetaban un cigarrillo. En el instante que una mariposa nocturna hacia restallar su larga lengua espiral y el fuego prendía las primeras briznas de tabaco, ella se mordió el labio inferior y apretó el gatillo.
El eco del disparo se disipaba con el humo del cañón, el cuerpo tendido sobre el asiento de al lado estaba engarzado de los trocitos del cristal. Subió al automóvil y buscó la billetera del fiambre con mañas de cirujano, y cuando la encontró, gruesa, repleta, unas manos se abalanzaron sobre su camisa y su cuello. Forcejeo, confusión. De unos cuantos torpes pero acertados manotazos sacó el soliviantado cadáver de la guantera una pequeña pistola del calibre veintidós. Aquel difunto rebelde emitía el gruñido gimiente de los estertores de la muerte mientras le oprimía el gaznate, haciéndola abrir tanto aquellos ojos del color de la melaza que toda la luz que podría allí haber fue capturada por ellos; y entonces pudo verla: Apenas una niña.
Retirando el dedo del gatillo de su veintidós alcanzó a mascullar: -Niña, ayúdame -Ella le miró atravesándole, sabiéndole extinto. -Suélteme, señor -dijo ella aparentando fragilidad, y el desvalido ruego fue atendido de inmediato. Al sentirse libre se revolvió en el habitáculo y escapó con la rapidez, agilidad y picardía de un pequeño capuchino sin cola, llevándose consigo la billetera y un pequeño paquete envuelto que había encontrado, entre tanto, en otro bolsillo. Detuvo su carrera a unos veinte metros; mientras recuperaba el aliento, y sin perder de vista el automóvil, examinaba el paquetito cuidadosamente envuelto. Tenía adosada una nota manuscrita: Hace treinta años me dijiste que de llevar lápiz de labios este que lleva tu nombre sería el único color que usarías. Espero que tú también te acuerdes.
Vuelta a casa, una noche más, sana y salva. Gracias diosito, gracias papá, gracias mamá, que me cuidan desde allá arribota. La ciudad bullía de noche, los olores circulaban en un tráfico paralelo, las luces confundían a insectos, borrachos y otras criaturas extraviadas. Subió las interminables escaleras que se retorcían entre las callejuelas de su barrio de arrabal. Ya tirada en la cama rebuscó dentro de una cajita repleta un pequeño espejo, una linterna moribunda. A media luz estrenó su lápiz de labios sirviéndose del espejito, se guiñó un ojo y se tiró un beso de buenas noches.

2 comentarios:

  1. he estado leyéndote y en serio, tu blog es genial! te sigo:P
    si te apetece pásate y comenta en el mío!!! 1besoooooo

    www.diariodeunaespagueti.blogspot.com

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  2. increíble! desde ahora te sigo.

    por cierto, yo también tengo un blog: www.suenosolosuenos.blogspot.com (por si te quieres pasar)

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Te escucho...